martes, 3 de marzo de 2009

«The Washington Post» descubre la miseria y el hambre de Cartagena




Por Libardo Muñoz


Una crónica del influyente periódico «The Washington Post» se refiere a Cartagena, Colombia, y compara la situación de los pobres de esta ciudad con el África Subsahariana.

En realidad, la pobreza y la miseria de los barrios que no se ven en las tarjetas postales, son la obra maestra del neoliberalismo en nuestro medio; hambre, desnutrición, desempleo y atropellos de un sistema de privilegios que al tiempo que construye 7 mil apartamentos en sectores exclusivos, acepta que aquí no hay tierra para hacer viviendas de interés social.

Sin embargo, hace pocos días un grupo de «dirigentes empresariales», lanzan la idea de construir un nuevo aeropuerto entre Cartagena y Barranquilla, en un punto equidistante, cuando en el fondo lo que existe es un interés de lucro con las tierras que hoy ocupa el aeropuerto Rafael Núñez, que sólo requiere unos detalles para mejorarlo y modernizarlo. Pero además, en el fondo, hay otro punto que llama la atención de la «idea» y es convertir el aeropuerto Ernesto Cortissoz, de Barranquilla, en una base de «aviones de guerra», que daría albergue a la base militar estadounidense de Manta, cuando Ecuador los saque de su territorio.

«Dentro de la muralla española construida para rechazar los ataques de los piratas está una joya colonial, el corazón histórico de esta ciudad en la costa noroeste de Colombia, perfecta con sus habitaciones de hotel a 500 dólares la noche, sofisticados restaurantes y apartamentos recientemente renovados, a precios comparables con los de Manhattan. Para el gobierno del Presidente Álvaro Uribe, Cartagena simboliza la nueva Colombia, vibrante y próspera», dice uno de los párrafos de la crónica de «The Washington Post», escrita por Juan Forero.

«Sin embargo, afuera de los viejos muros de 4 siglos, distante de los adoquines y del encanto de la vieja ciudad, se encuentra una hilera de tugurios tan miserables que los funcionarios de la salud pública comparan sus condiciones de vida con las del África sub sahariana.

«A diferencia de aquellos que viven y visitan el próspero corazón de Cartagena, la mayoría de los residentes de los desvencijados barrios son negros. El tráfico de drogas es abundante, los niños están desnutridos y las enfermedades prevenibles son comunes».

Algunos medios periodísticos locales suelen comentar este tipo de crónicas como «mala prensa» para la ciudad, como invento de los comunistas para dañar el negocio del turismo.

«En esta ciudad -dice el cronista Juan Forero- de un millón de personas, 600.000 son pobres y decenas de miles están en la miseria absoluta. El porcentaje de residentes que no pueden suplir sus necesidades básicas, el instrumento usado por los demógrafos para medir la pobreza en Colombia, es de 26 por ciento, casi tres veces el de Bogotá, la capital».

Además de la pobreza interna, Cartagena cuenta con el agravante de ser meta de llegada de cientos de desplazados por el paramilitarismo en la costa, hasta el punto que en diez años la corriente migratoria de desamparados y desalojados del campo se calcula en 80 mil personas.

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